GEOGRAFÍA - PAÍSES: México - 4ª parte

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Geografía

PAÍSES

México - 4ª parte


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Geografía humana (continuación)

a densidad poblacional media del país es de poco más de 40 h/km2, pero ello es un dato muy poco significativo dada la irregular distribución de la población y los grandes desequilibrios regionales. Mientras diez estados no alcanzan ni tan sólo la mitad de la densidad media, sobre todo en el N, donde un 60 % del territorio mexicano únicamente acoge poco más de un 25 % de la población, en cambio la zona central del país (un 14 % de la superficie total) aglutina a más de la mitad de los mexicanos.

La capital y el estado de México agrupan a 1/4 de la población (19,5 millones) en un 1,2 % del territorio. El índice de urbanización alcanza en México el 70 %. La red urbana es extensa y bastante equilibrada, a pesar de la macrocefalia de la capital (Ciudad de México), pero se encuentra muy desestructurada, sin la existencia de buenos ejes viarios que ayuden a activar un tejido económico bien interrelacionado. Ya desde muchos siglos antes de la conquista española, la gran zona central del país era el área más poblada por las culturas precolombinas.

A partir del s. XIV Tenochtitlán, situada donde hoy se extiende Ciudad de México, se convirtió en la capital azteca. Tras la llegada de los españoles, las ciudades mexicanas basaron su desarrollo en la actividad comercial y administrativa (como la propia capital), formándose unos ejes de actividad económica en la zona central, con Ciudad de México como pivote, destacando como vía principal la que unía la capital con el puerto de Veracruz. Estas primeras rutas comerciales interiores fueron impulsando el crecimiento de otras ciudades como Puebla, Guadalajara o Monterrey, junto a los núcleos nacidos de las explotaciones mineras de los españoles (Guanajuato, Zacatecas, Pachua, etc.).

No fue hasta el s. XIX cuando la expansión de la actividad económica permitió el desarrollo de otros puertos comerciales en el golfo (Matamoros y Tampico) y en el Pacífico (Acapulco, Mazatlán, Manzanillo o Guaymas). A partir de los años 50 del presente siglo esta estructura urbana se refuerza con una fuerte inmigración rural, que provoca un crecimiento acelerado de las ciudades. La población urbana superó a la rural a partir de 1960.

Pero, a su vez, las transformaciones en la economía tradicional van abriendo nuevos centros de desarrollo y dejando muchos de los viejos ejes comerciales en fuerte decadencia. Los más claros ejemplos de ellos se dan en el N del país: un cordón de ciudades limítrofes con E.U.A., que se distribuyen a los largo del río Bravo y de toda la línea fronteriza, han experimentado un fuerte y rápido crecimiento ligado fundamentalmente al comercio y turismo fronterizo y, sobre todo, a la industria maquiladora (empresas estadounidenses que instalan plantas industriales de carácter provisional en estos puntos fronterizos del lado mexicano). La mayoría de estas ciudades han crecido emparejadas con sus vecinos estadounidenses: Tijuana-San Diego, Mexicali-Calexico, Ciudad Juárez-El Paso, Nuevo Laredo-Laredo o Matamoros-Brownsville.

Otro sector que ha experimentado un desarrollo económico fundamentalmente desligado del conjunto del país y orientado hacia el exterior es el área petrolífera de Tanmalipas, Tampico-Ciudad Madero y, en general, todo el arco del litoral del golfo. En conjunto, todo este crecimiento de la parte N del país ha facilitado la expansión de Monterrey como segundo polo industrial y tercera ciudad de México. También en la parte meridional de la costa del Atlántico han crecido numerosos núcleos a partir de la extracción de petróleo, desde Poza Rica de Hidalgo pasando por Veracruz, hasta el estado de Tabasco. Ya en la península de Yucatán, en su momento centro principal de la cultura maya con ciudades como Chichén Itzá, Uxmal o Mayapán, existen hoy pocas ciudades destacables. Únicamente el turismo internacional ha sustentado el crecimiento de núcleos como Mérida, Campeche, Chetumal o Cancún. En el Pacífico sur, en cambio, ciudades de relativa importancia como la propia Acapulco, Oaxaca de Juárez o Tuxtla Gutiérrez, sí mantienen una dependencia directa con la capital y apenas ejercen las funciones de lugar central que les corresponderían en una jerarquización urbana bien estructurada.

Por lo que respecta a toda la franja central del país, es, lógicamente, la más polarizada en torno a Ciudad de México, especialmente el sector oriental, donde el crecimiento moderno de ciudades como Puebla, Cuernavaca, Toluca y otras del área metropolitana de México, responde esencialmente a una descongestión industrial del núcleo central metropolitano. En la parte centro-occidental, la descentralización productiva ha beneficiado a núcleos como Salamanca y Tula, pero en muchas de las ciudades importantes su desarrollo es anterior. Se trata de la zona más tradicionalmente poblada y urbanizada del país, de mayor riqueza tanto agrícola como industrial, con muchos de los antiguos centros mineros hoy en decadencia, y con la segunda ciudad de México, Guadalajara, un activo y diversificado polo industrial.

Capítulo aparte merece la capital, Ciudad de México, que con sus cerca de 20 millones de habitantes (en la aglomeración urbana), constituye hoy la mayor ciudad del planeta. Ubicada en una antigua cuenca lacustre cerrada entre montañas, los españoles fundaron la ciudad en 1521 sobre las ruinas de la antigua capital azteca, Tenochtitlán, que habían destruido. Rápidamente se convirtió en la capital del virreinato de Nueva España, aunque en el momento de la independencia mexicana tan sólo contaba con 200 000 habitantes.

Tras la Revolución, Ciudad de México tenía alrededor de los 2,5 millones de habitantes. La verdadera aceleración de su crecimiento se inicia a partir de 1925, a causa de las migraciones interiores. En la actualidad, Ciudad de México acoge a más del 30 % de la población activa del país, una tercera parte de la industria y es el centro de toda la actividad comercial y financiera de México. Pero tan impresionante concentración, formada en un crecimiento rápido, desordenado y caótico, genera inevitablemente enormes problemas de falta de equipamientos e infraestructuras, problemas de salubridad pública, altísimos índices de contaminación atmosférica, etc., además de constituir un impresionante escaparate de las grandísimas desigualdades sociales existentes en el país. Desigualdades sociales derivadas de su estructura económica, todavía hoy fuertemente marcada por la herencia de su pasado poscolonial.

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